"Ha nevado mucho desde entonces, pero el recuerdo de la nevada de 1945 sigue muy vivo entre las personas mayores del Pirineo. Es cierto que la de 2013 no dejó indiferente a nadie, pero la que cayó hace 70 años ocupará un capítulo importante en el libro de historia de los pueblos pirenaicos. La nieve que se apilaba en las calles llegó a alcanzar una altura aproximada de 2 y 3 metros, y a varias casas se les hundió el tejado. Los vecinos tuvieron que aprender a convivir con la nieve, que no se despidió hasta pasadas varias semanas. Durante estos días de temporal, muchos serán los que vuelvan a recordar aquellos sucesos al ver caer los copos de nieve, y no dudarán en narrar las pequeñas historias que florecieron entre el gran manto blanco que cubrió el Pirineo.
Antes de que acabaran las Navidades, la madre naturaleza decidió coger la paleta y el pincel para ir poco a poco pintando de blanco los valles pirenaicos cual artista puntillista. Comenzó a elaborar su obra hacia el 4 de enero y, según cuenta el aezcoano Alberto Lerindegi, El Mejicano, en su libro Memorias de un jabalí, hacia las 17.00 horas de ese mismo día había metro y medio de nieve en el corral de a su casa. Al parecer, permaneció más de 20 días nevando sin parar, tanto de día como de noche. “Me acuerdo que yo solía llevar las ovejas a Iturraldea a beber agua y tenía que pasar por aquel callejón entre casa Asteatxo y casa Arandoi (Garralda), que era más estrecho que ahora. Allí se había acumulado la nieve de los dos tejados y yo pasaba por encima con las ovejas. La cocina de casa Arandoi estaba en el primer piso y un día los animales se metieron allí por la ventana”, narra en sus memorias.
Con el transcurso de los días, en cambio, la blanca nieve comenzó a teñirse de negro: “Aquel invierno se terminó toda la hierba que había guardada en las bordas. Los animales habían quedado atrapados allí y no tenían otra cosa que comer. Entre unos cuantos llevamos las ovejas al pueblo una mañana que había helado mucho, para que los animales pudieran andar sobre la nieve helada. Las vacas, sin embargo, se quedaron en las bordas porque se hundían en la nieve y no podían salir de allí. Hubo que abrir a pala caminos en la nieve para sacar a los bichos de allí y que bebieran en las regatas. Entonces no había tractores para facilitar el trabajo, así que se hizo a mano”, detalla El Mejicano.
A pocos kilómetros de Garralda, la nevada echó un pulso a varios vecinos de Aribe. Una vecina de esta localidad estaba a punto de dar a luz, y decidieron ir a Pamplona para que naciera el bebé. Según cuentan los habitantes del valle, tuvieron que ir con un vehículo y como había mucha nieve, varios hombres que iban delante del camión empujado por animales se encargaban de quitar la nieve con la pala. El primer trayecto lo hicieron hasta Muniain, cerca de Artozki, donde pasaron la noche. Al día siguiente consiguieron llegar a Pamplona; semanas después, nació el bebé.
En Aurizberri-Espinal, la noche del 12 de 1945 la nieve hundió el tejado de dos casas, Sastrerena y Alonso, según cuenta Martín Villanueva, que por aquel entonces tenía 12 años: “Ambas casas eran tan grandes que al acumular tanta nieve en el tejado no pudieron contener el peso y se vinieron abajo”. Las familias que vivían en ellas tuvieron que abandonar sus hogares e ir a vivir a otras casas del pueblo.
Esta localidad del Valle de Erro permaneció bajo la nieve durante más de 28 días. “Hoy en día, cuando se quita la nieve se hace del centro de la calle hacia los lados, pero antes se depositaba todo en el medio, por lo que se llegaron a acumular hasta 3 metros de nieve”. De esta manera, los habitantes del municipio no tuvieron más remedio que aprender a vivir con la nueva vecina: “Para pasar de un lado a otro de la calle tuvieron que hacer túneles en la nieve”, detalla. “Los chavales jugábamos en el montón de nieve; nos subíamos a él, y desde allí se podían ver las camas de las casas a través de las ventanas de arriba”, cuenta sonriente.
Durante los días en los que las calles lucían sus nuevas vestimentas blancas, los habitantes permanecían dentro del hogar, al calor del fogón que diariamente encendían para hacer frente al duro invierno. “No teníamos más remedio que permanecer en casa. De vez en cuando veías a algún vecino subirse a los tejados para evitar que se hundieran las casas; como dice el refrán, cuando las barbas de tu vecino ves pelar, pon las tuyas a remojar”.
En Auritz-Burguete la situación era similar a la de Aurizberri-Espinal. La madre naturaleza cubrió de blanco las calles de esta localidad con un manto que alcanzó una altura de unos 2 metros aproximadamente. “En el pueblo había un tanque de la segunda Guerra Mundial que se intentó utilizar para quitar nieve añadiéndole una pala, pero no consiguieron hacer nada”, cuenta Gabino Urtasun. Al igual que en las localidades vecinas, los habitantes podían entrar en las casas a través de las ventanas más altas o por los balcones. “Durante los días de la nevada falleció un bebé de tres meses en la venta de Espinal y, como no podían ir al cementerio de su pueblo, lo tuvieron que enterrar en Burguete”, narra.
Durante los días que duró la nieve, los vecinos permanecieron sin salir de sus casas, tal y como cuentan Martín Villanueva y Gabino Urtasun. Hacía pocos años que había iniciado el franquismo, y la presencia de militares en la zona, al estar cerca de la muga, era constante. Ambos coinciden en que fueron los militares los que abrieron el camino de Aoiz a Burguete y Espinal. “Como tenían que suministrar la base de Burguete, los propios militares limpiaron el camino que transcurre por el Valle de Arce”, explica Villanueva. “Cuando llegaban, solían repartir comida, por lo que no hubo problemas de alimentación”, informa Urtasun.
Cada municipio tiene sus propias anécdotas e historias vinculadas a la nevada de 1945. Pero si hay una que destaca entre todas, y que los vecinos guardan con cariño, es la de La Montañesa. Al igual que lo hace hoy en día, el autobús se ocupaba del trayecto Pamplona-Burguete. Los conductores de los vehículos estaban acostumbrados a las carreteras pirenaicas, a disfrutar de los verdes montes, pero nada les hacía presagiar que un día iban a tener que atravesar un túnel de nieve. A consecuencia de la nevada, las carreteras estaban intransitables y los propios vecinos tuvieron que abrir paso para que el autobús pudiera pasar. Las blancas paredes de la improvisada pasarela eran más altas que el propio vehículo.
Como dice el dicho, todo el que viene se va, y el gran manto blanco que cubrió al Pirineo se fue derritiendo poco a poco. “La nevada se fue después de 20 días de viento sur”, cuenta Gabino Urtasun. Las calles volvieron a recuperar su color y la normalidad volvió a los valles pirenaicos. No obstante, la huella que dejó aquella nevada entre los habitantes de la zona sigue latente. En 2013, el recuerdo de la nevada de 1945 volvió a coger fuerza, incluso a quien se atreve a igualarlas. Han pasado 70 años desde aquellos sucesos y la gran nevada sigue sin derretirse en la memoria de los vecinos".
1-2-2015
Diario de Noticias de Navarra
(resumen)
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