"Extraordinarias se presentaban las fiestas de Santa Ana del año 1914
ya que el día 1 de agosto se cumplía el octavo centenario de la
conquista de Tudela
por Alfonso I, el Batallador (esta fecha histórica,
ha sido rectificada),
siendo programado un gran cartel de festejos,
entre los que figuraba una función teatral, con trajes de la época.
Según el programa anunciador, las fiestas daban comienzo el día 25 de
julio,
para terminar el 30 y continuar otras conmemoraciones hasta el 2
de agosto.
Estaban programadas emocionantes exhibiciones de vuelos
acrobáticos,
espectáculo de moda en aquellos años, pero que finalmente
fueron suspendidas por el alcalde,
cuando por un fallo uno de los
aviones hubo de aterrizar con peligro para los espectadores.
El llamado volcán de la Martinica
El día 28 la Plaza Nueva registraba una afluencia de tudelanos
inusitada,
entonces se celebraban los fuegos artificiales allí, frente a
la iglesia del hospital.
Los pirotécnicos habían preparado una traca
especialísima, con un volcán de fuegos
que con poca fortuna fue
bautizado con el nombre de El volcán de Martinica,
evocando el volcán
que en 1902, había causado la destrucción de la ciudad
de St. Pierre en
la isla Martinica.
La afluencia de público era sensacional, la banda de música del
Regimiento de Aragón,
sobre un tablado montado encima de la fuente de
los angelotes, interpretaba ‘La cacería real’.
La gente aplaudió
repetidas veces esta composición, y se les hizo repetir.
Estalla la tragedia
A las 10 de la noche, estaba anunciada la quema del Volcán,
y
momentos antes se dispararon algunas bombas anunciadoras.
La banda del
Regimiento tocaba por segunda vez ‘La cacería real’, y terminada ésta,
como comienzo del espectáculo, se dispararon algunos voladores y al fin,
llegó el momento de prender fuego al Volcán. Alrededor de esta traca
gigante,
habían sido colocadas pequeños fuegos, que fueron disparados
con gran rapidez,
y terminado este preludio, se procedió a prender lo
que había sido colocado
en el centro del cercado, cubierto de ramaje.
Una gran detonación se oyó y a continuación el ruido de cristales que
caían rotos.
Algo había explotado, produciéndose una tremenda desbandada
y todos salieron corriendo sin saber a dónde, pero apartándose del
lugar del siniestro.
Los que estaban sentados en los veladores, se
levantaron precipitadamente,
cayendo tanto las mesas como los servicios
por los suelos.
Inmediatamente circuló la noticia de que había varios
muertos y heridos,
cundiendo inmediatamente el terror.
Este artefacto pirotécnico, estaba compuesto de tres morteros de
hierro,
cargados de pólvora y enlazados por una mecha, que estaba
proyectado
estallasen uno detrás del otro. Al producirse la catástrofe
del primero, uno de los pirotécnicos,
herido y con media mano amputada,
tuvo el valor de cortar la mecha,
evitando una mayor y desgracia, ya que
si estas nuevas bombas llegan a estallar,
no se puede saber la
extensión que hubiera alcanzado la catástrofe.
Espectáculo dantesco
El espectáculo era trágico, por todos los sitios se veía sangre, e
incluso,
en el suelo de la Plaza Nueva, se habían formado algunos
charcos.
Pasado el primer momento, Tudela reaccionó ejemplarmente para
atender a las víctimas.
A Hospital acudieron numerosos grupos llevando
muertos y heridos.
Los médicos fueron también allí y se multiplicaron
prestando sus servicios.
La Cruz Roja trabajó incansablemente, los
músicos del Regimiento de Aragón,
ayudaron en todo lo posible, al igual
que gente particular que colaboraba en lo que podían.
El número de fallecidos fue de 11 personas, 9 que fueron enterradas
el día 30
y dos el 1 de agosto, ya que murieron después.
En el hospital
ingresaron ya cadáveres, Mercedes Cuadra de Miguel, de 13 años
que se
hallaba en un balcón del primer piso de una la casa de la Plaza Nueva
con la garganta destrozada; Guillermo Moreno de 45 años que cayó
decapitado.
Fallecieron enseguida de ingresar o esa misma noche Donato
Jiménez de 58 años,
con horribles heridas; Juan Sancho Josué de 65 años,
ayudante de pirotécnico,
con el vientre destrozado; Isidro Benito Gómez
de 22 años; Braulio Artazcoz Urtasun,
cabo de la Guardia Civil; Javier
Pérez Aranda de 12 años,
y Benito Sanz Casadabán de 49 años; Benito Royo
Vicente, de 28 años
que murió el 29 a última hora.
La situación no pudo ser más desagradable, cadáveres totalmente rotos
y algunos con vísceras fuera; trozos humanos y fragmentos del cráneo de
Guillermo Moreno
fueron hallados a gran distancia. El público acudió a
los lavabos de los bares de la plaza
a limpiarse las salpicaduras de
sangre
Heridos hubo muchísimos, los más importante lógicamente a causa de la
metralla
y otros con contusiones por atropellos. Todos fueron atendidos
en las farmacias,
casas particulares incluso en el Círculo Mercantil.
En el hospital quedaron 7 heridos graves.
Los serenos procedieron con rapidez a regar la plaza,
con el fin de
quitar el desagradable espectáculo de verse grandes manchas
y charcos de
sangre, así como restos humanos, que se recogieron en varios sitios.
Ni que decir tiene, que quedaron suspendidos todos los festejos
anunciados
para la conmemoración del centenario de la Reconquista de
Tudela.
Todo el pueblo quedó terriblemente consternado.
El Juez ordenó que el cercado, donde estaban los fuegos, quedase como
estaba,
y a las 11 de la mañana del día 29, realizó una inspección del
lugar del suceso,
ordenando la recogida de los restos humanos, que
todavía quedaban.
Triste operación que se realizó inmediatamente.
El Gobernador, vino a Tudela el día 29 por la mañana,
acompañado del
Secretario del Gobierno, el Comandante de la Guardia Civil,
un inspector
de Policía y varias personalidades, entre ellas el Conde de Gabarda,
reuniéndose con el Ayuntamiento en sesión extraordinaria, a las 12 y
media de la mañana,
en la que el municipio acordó costear los funerales
y
excitó a que se socorriese a las familias de las víctimas pobres.
La Corporación, al igual que hizo el Gobernador
y el Vicepresidente
de la Diputación de Navarra, acudieron a las casa de las víctimas
a dar
el pésame a los familiares y prodigarles frases de cariño y consuelo.
Impresionante funeral
El día de los funerales fue de luto total en Tudela,
en el que
voluntariamente cerraron todos los comercios, incluidos bares y hasta
las farmacias,
que la noche de la tragedia, estuvieron abiertas
preparando los medicamentos que les pedían.
En el pasillo de la iglesia del Hospital, estaban en fila los nueve
primeros féretros.
Parejas de la Guardia Civil que habían estado
haciendo guardia toda la noche,
cuidaban el que a la iglesia no entrasen
más que estrictamente los familiares,
a las 9, apareció el Ayuntamiento
en Corporación abriendo la comitiva los maceros,
las mazas con crespón
negro, poco después, llego el Cabildo Catedral,
con el macero vestido de
negro, a la cabeza las cruces de todas las parroquias
y el clero
rezando el Miserere. Dentro del templo se cantó el De Profundis.
En las calles presenciaban el paso de la fúnebre comitiva todas las
mujeres tudelanas,
que lloraban en silencio muchas de ellas. Iban
enlutadas, dando al sombrío acto
una nota de tristeza que imponía al más
valiente.
El entierro discurrió por la Plaza de los Fueros, Concareras,
Plaza de S. Jaime, Rúa,
Cárcel Vieja y Plaza de Sta. María. Una vez en
la Catedral, rebosante de público
como nunca se había visto, los
féretros, fueron colocados en mesas preparadas al efecto,
se cantó un
solemnísimo oficio de sepultura, y acto seguido, la comitiva, volvió,
por la calle Carnicerías, entrando a la plaza por Yanguas y Miranda
y
saliendo por la calle Trinquete al cementerio.
El vecindario se hallaba
impresionado y más de una mujer y algunos hombres
dejaban escapar
algunas lágrimas.
Un gentío enorme, subió al cementerio para asistir al entierro.
Dos
de los muertos fueron inhumados en los panteones de sus familias,
los
otros siete figuran todavía hoy en unas sepulturas que costeó el
Ayuntamiento,
mandando construir una verja de hierro que las rodea.
Todavía este mismo día 30 murió en el Hospital, a consecuencia de las
heridas,
el joven Jesús Pérez Clemos, sobrino del alcalde
y al día
siguiente Julio Milagro, ambos de 12 años.
El entierro y funeral se
celebró el día 1 de agosto,
prácticamente con la misma ceremonia y boato
que los del día 30.
El Ayuntamiento abrió una suscripción con 1.000 pesetas
en pro de los
heridos y familiares de los muertos,
el rey envío un donativo de 500
pesetas,
el Gobierno engrosó esta cantidad con 5.000 pesetas más,
la
Diputación, también contribuyó, así como el público en general,
recogiéndose un total de 24.474,21 pesetas, cantidad muy respetable en
aquella época,
que se repartieron de la forma siguiente: 21.220 pesetas
entre los familiares de 18 afectados;
3.150 a médicos, practicantes,
hospitales, y Cruz Roja,
y el resto para atender a los enfermos que
estaban todavía en curación.
Nuestro Ayuntamiento costeó un panteón
sencillo en el que se lee
“Dedicado por el Ayuntamiento y pueblo de
Tudela
a las víctimas de la catástrofe del 28 de julio de 1914".
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En la imagen, los restos del accidente justo en el momento en el que el juez visitó la zona para comprobar daños y consecuencias |