2013-01-10

"Vivir en la catedral de Tudela"



Vista de la torre de la catedral de Tudela, donde residía la familia de campaneros Moracho-Calvillo.


"¿Se imagina levantarse cada mañana con una vista aérea de Tudela a sus pies?
¿Tener la capilla de Santa Ana o la del Espíritu Santo como sala de juegos?
¿Conocerse todos los pasadizos de la Catedral?
¿Sentir escalofríos en la cama con los ruidos nocturnos que desprende el templo?
De esta vida, durante cerca de 15 años, disfrutaron y sufrieron la familia Moracho Calvillo,
unos de los últimos maceros-campaneros que han vivido en la torre de la catedral de Tudela
como responsables de la imponente joya románica.
 Ellos se encargaban de abrir las puertas, limpiar o hacer sonar las campanas
como si de unos conserjes se tratara. Por inimaginable que pueda resultar,
y menos para quien ha visitado el interior de la torre,
una familia con sus tres hijos vivió entre 1925 y los alrededores de 1940
encaramados al templo tudelano, bajo las campanas.
Simón Moracho Berrueta y María Calvillo Moreno habían vivido durante muchos años
en la calle Portal y más tarde se trasladaron a Lechuga número 4,
una calle que ya no existe, y que se ubicaba entre Coscolín
y las casas que estaban pegadas a la catedral por la parte de la hoy denominada plaza Vieja.
Nadie, ni sus descendientes, han conseguido averiguar cómo y por qué
esta familia fue la encargada de hacerse cargo de la catedral.
Con ellos vivieron sus tres hijos más pequeños,
Ana (nacida en 1913), Santiago (1915) y Josefina (1919).
El hijo mayor Tomás (1908) nunca llegó a residir en la torre puesto que ya era mayor
cuando hacia 1925 ó 1928 (el año no está confirmado) se instalaron en los tejados de la seo.
Es fácil recurrir a la imagen literaria del jorobado de Notre Dame,
y de sus aventuras entre gárgolas, pasadizos y enormes campanas,
ya que la vida de los Moracho-Calvillo no debía ser tan distinta.


La casa que habilitaron en el hueco de la torre tenía dos alturas.
En el primer piso se encontraba la cocina con una gran chimenea que servía, también,
para calentar toda la estancia que hacía de salón, y el aseo,
en un lugar que cuando se visita resulta extraordinariamente frío.
En la parte más alta, en la segunda altura, estaban los dormitorios con las camas
donde descansaban el matrimonio y los tres hijos.
Como curiosidad tenían una tubería que les subía el agua hasta la primera altura de la torre
(en la cocina) y que, al mismo tiempo, les servía como medio de comunicación.
Cuando sus conocidos pasaban por la Puerta del Juicio y querían subir o hablar
con ellos pegaban varios golpes en la tubería y así, se asomaban a las ventanas de la torre.
Por esas mismas ventanas, que son vanos por lo que no hay posibilidad de cerrarlas,
se colgaba una cuerda que pendía de una polea.
Así muchas compras o encargos de la familia eran izados con esta polea
sin necesidad de tener que atravesar la catedral.
Porque si había algo que dificultara la vida en la torre de la catedral es su acceso.
Para poder llegar hasta la puerta de entrada a su vivienda,
situada en el tejado del templo junto a la cúpula de la capilla de Santa Ana,
hay que recorrer todo un laberinto de pasillos y escaleras.
Los campaneros debían entrar por la puerta del Juicio,
una vez dentro y poniéndose de frente a los cuadros del juicio final,
a mano derecha hay una puerta pequeña.
Desde esa puerta empieza una larga escalera de caracol que lleva a un mirador
que existe bajo el rosetón, se atraviesa ese pasillo, se cruza una pequeña abertura entre la piedra
y se llega al tejado y a la puerta de la vivienda, a media altura de la torre.
El lugar, entre arcos, contrafuertes, cúpulas y capiteles, llama la atención por su belleza
y por estar oculto a los ojos de los tudelanos; sobre la plaza Vieja y sobre todos los tejados.
Todo este camino tenían que realizar Simón, María, Josefina, Santiago y Ana
cada vez que salían de su casa y bajaban a Tudela o cuando volvían de la calle.


En el recuerdo de los hijos de Josefina, la menor,
están sus descripciones de cómo era su vida allí.
"Mi madre y mi tía Ana nos contaban con gestos cómo se ataban las cuerdas de las campanas
en las manos y en los pies para poder hacer los diferentes toques".
La lista de diferentes momentos en que tenían que sonar era casi interminable:
por muerte, incendio, antes de las misas, a las horas en punto, el toque del Ángelus a las 12
y en determinadas fiestas los toques especiales.
Además de esta labor había otra larga lista de tareas que como campaneros y maceros,
debían llevar a cabo: limpiar, abrir y cerrar el templo, tener todo preparado para la misa,
participar en las procesiones (con peluca de macero).
Dado el tamaño del edificio, en las labores como la limpieza del templo colaboraba toda la familia.
Los hijos de Josefina recuerdan cómo les contaba que
"se conocían la catedral como la palma de su mano.
Cuando les tocaba limpiar a ellas solas se lo pasaban muy bien recorriendo las salas
pero cuando anochecía o había poca luz pasaban miedo.
Ana era miedosa y ante cualquier ruido que oían echaban a correr por la las naves.
Para las pequeñas era como un palacio".
Simón Moracho tenía una afición que ponía en práctica junto con su cuñado,
Mamerto Calvillo, el cultivo de champiñones.
Una tarea que realizaban, para vender y alimentarse,
en una de las estancias del claustro de la seo,
dada la humedad que hay en toda esa zona y que aún hoy afecta a toda esa parte de la catedral.
La familia, según los datos que están recogiendo los hijos de Josefina Moracho Calvillo,
residió en la torre en un período de 15 años entre 1925 y 1940,
aunque son fechas que podrían variar un poco.
El registro señala que Simón falleció en la torre de la catedral, que figura como su dirección,
a las 9 de la mañana del 2 de octubre de 1935, con 66 años de edad,
y en su profesión el oficio que se apunta es "macero de la catedral".
Después de ellos el oficio pasó a la familia Castillo, de Tudela,
que fue la última en vivir en la torre y en desempeñar este oficio de maceros-campaneros".

 "Diario de Noticias"
2-1-2013

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